A fuer de ser sincero, visto el deterioro general que padece el mundo entero, y el nuestro en particular, desde hace décadas, y que ya avanza en progresión geométrica, he de decirles que uno se ve incapaz de saber ni por dónde empezar, porque acabar, sé perfectamente cómo va a acabar todo este desmadre que nos está tocando padecer.

Hoy no les voy a hablar de esa especie de peripatético juicio que sigue su grotesco curso. A estas alturas de la película, no vale la pena dar pábulo a según qué personajes que han sido del todo incapaces de justificar, de manera coherente, sus actuaciones en el INFAME 10 de marzo de 2015.

Tampoco voy a hablar del inmenso peligro que significa para Andorra, sobre todo para según qué empresarios, ese periodo de tiempo (oscuro) de “govern en funcions”, porque visto lo que fueron capaces de hacer en 2015, y visto lo que han hecho ahora, daría para reescribir toda la Enciclopedia Británica, pero en “versión AND/6.0”.

Aún menos voy a entrar en el “reparto de caramelos” a todos aquellos que han demostrado tener unas más que buenas tragaderas, porque eso es consecuencia directa del resultado de las últimas elecciones, y que ahora nos van a hacer tragar, sí o sí, al resto.

Nada que opinar sobre la ridícula arbitrariedad con la que algunos tipos actúan a su libre, u ordenado, albedrio, porque no merecen ni una décima de segundo de mi bien más preciado: “mi tiempo”.

Hoy voy a escribir sobre una serie de predicciones que en su día hicieron “personas no ordinarias”, y que tristemente hace tiempo se han hecho realidad.

Eric M. Warburg era un oficial norteamericano que durante la Segunda Guerra Mundial, más concretamente en octubre de 1942, estuvo destinado en un puesto de mando secreto del ejército británico en Buckinghhamshire, en las propiedades de Lord Latimer. Warburg contó que en la pared situada detrás del escritorio del oficial de servicio podía leerse en letras muy grandes: I divide my officers into four groups..., es decir, una cita traducida al inglés del alemán de un general del Estado Mayor alemán, el Barón Kurt von Hammerstein (1878-1943), al que H. M. Enzensberger dedicó en 2008 un magnífico libro misceláneo (novela, biografía, historia) traducido al español por Anagrama con el título: Hammerstein o el tesón.

Cuando a Hammerstein le preguntaron desde qué puntos de vista juzgaba a sus oficiales, el General dijo: “Distingo cuatro clases: los inteligentes, los trabajadores, los tontos y los vagos. En la mayoría de los casos concurren dos cualidades. Los inteligentes y trabajadores son para el Estado Mayor; los otros, los tontos y vagos, forman el noventa por ciento de todos los ejércitos y son muy aptos para las tareas de rutina. El que es inteligente y, a la vez, vago, se califica para las más altas tareas de mando, pues aporta la claridad mental y el aplomo necesarios para tomar decisiones de peso. Del que es tonto y trabajador hay que protegerse: en ése no se puede delegar ninguna responsabilidad, pues siempre causará alguna desgracia”.

Ni que decir tiene que Hammerstein se tenía a sí mismo por inteligente y vago. Por lo demás, esta clasificación creo que puede muy bien aplicarse a cualquier grupo profesional humano y, en términos generales, Hammerstein tenía razón.

Carl Edward Sagan, que para todos aquellos que no lo sepan no es ni un “influencer”, ni un “youtuber”, sino que fue un astrónomo, astrofísico, cosmólogo, astrobiólogo, escritor, profesor asociado en Harvard y profesor principal en Cornell, escribió en su libro “The Demon-Haunted World: science as a candle in the dark” (“El mundo y sus demonios. La ciencia como una luz en la oscuridad”), para los que se hacen un lío con las lenguas, una predicción sobre el futuro ya se hizo realidad, y es más que preocupante. Sagan, además, detalla cómo el método científico ayuda a desvelar los más remotos lugares del Universo.

Entre sus páginas el científico también señala cómo la búsqueda de la paz y la verdad está siendo socavada por los viejos amigos de la humanidad: la superstición y la pseudociencia. Aunque la predicción menciona específicamente a los Estados Unidos, los temas que reflexiona tienen alcance global: “La ciencia es más que un conjunto de conocimientos; es una forma de pensar. Tengo el presentimiento de una América en la época de mis hijos o nietos, cuando Estados Unidos sea una economía de servicios y de la información; cuando casi todas las industrias manufactureras clave se hayan ido a otros países; cuando los impresionantes poderes tecnológicos estén en manos de unos pocos, y nadie que represente el interés público pueda siquiera entender los problemas; cuando la gente ha perdido la capacidad de establecer sus propias agendas o de cuestionar con conocimiento de causa a los que tienen autoridad; cuando, aferrados a nuestros cristales y consultando nerviosamente nuestros horóscopos, nuestras facultades críticas en declive, incapaces de distinguir entre lo que se siente bien y lo que es verdad, nos deslizamos, casi sin darnos cuenta, de nuevo hacia la superstición y la oscuridad”.  

La predicción de Sagan se ha cumplido al 100%.

La frase, mal atribuida a Einstein, “temo por el día en el que la tecnología sobrepase la interacción humana, porque el mundo solo tendrá una generación de idiotas”, también me parece remarcable, porque eso es lo que ya ha pasado. (En realidad, en la película “Powder”, en castellano la tradujeron como “Pura energía”, hay una frase muy parecida que dice: “se ha vuelto terriblemente claro que nuestra tecnología ha superado a nuestra humanidad”.

¿En qué se ha quedado nuestra humanidad?...

Warren Edward Buffett es muchísimo más contundente:

Pero si hay alguna mente que sobresale sobre las demás, por todo lo que se nos venía encima con Internet y las redes sociales, quizás porque las empezó a padecer, fue la de Umberto Eco, semiólogo, filósofo, ensayista y escritor. 

En La Stampa dijo: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”.

En ABC espetó: “La televisión ha promovido al tonto del pueblo, con respecto al cual el espectador se siente superior. El drama de internet es que ha promocionado al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad”.

En un discurso en la Universidad de Turín pronunció: “El fenómeno de Twitter es por una parte positivo, pensemos en China o en Erdogan. Hay quien llega a sostener que Auschwitz no habría sido posible con Internet, porque la noticia se habría difundido viralmente. Pero por otra parte da derecho de palabra a legiones de imbéciles”.

En El Pais dejo dicho: “Internet puede haber tomado el puesto del periodismo malo… Si sabes que estás leyendo un periódico como El País, La Repubblica, Il Corriere della Sera…, puedes pensar que existe un cierto control de la noticia y te fías. En cambio, si lees un periódico como aquellos ingleses de la tarde, sensacionalistas, no te fías. Con Internet ocurre al contrario: te fías de todo porque no sabes diferenciar la fuente acreditada de la disparatada. Piense tan solo en el éxito que tiene en Internet cualquier página web que hable de complots o que se inventen historias absurdas: tienen un increíble seguimiento, de navegadores y de personas importantes que se las toman en serio”.

Y en ABC tampoco se cortó ni un pelo: “Hace un tiempo se podía saber la fuente de las noticias: agencia Reuters, Tas..., igual que en los periódicos se puede saber su opción política. Con internet no sabes quién está hablando. Incluso Wikipedia, que está bien controlada. Usted es periodista, yo soy profesor de universidad, y si accedemos a una determinada página web podemos saber que está escrita por un loco, pero un chico no sabe si dice la verdad o si es mentira. Es un problema muy grave, que aún no está solucionado”.

¿Hasta cuándo vamos a seguir caminando, tan alegremente, como corderos al matadero?

¿Hasta cuándo?

Intenten ser felices, mientras se lo permitan las autoridades incompetentes.