Leo el enorme revuelo que se ha suscitado tras los resultados de las últimas elecciones en España. Observo cómo los entendidos en “pactómetros” no dejan de hacer cábalas para la composición de algún tipo de gobierno que en realidad no gobernará para el bien colectivo, sino que lo hará para salvaguardar los espurios intereses del bien de unos pocos que se han especializado en lo que se viene denominando “partidos bisagras”.

No sería más coherente que los partidos políticos, jamás he creído en ellos porque cuando mucha gente piensa igual quiere decir que hay muchísimos que NO piensan, hay una frase genial de Franz Kafka Löwy que lo define de manera magistral, dejasen de lado todas sus diferencias y se centrasen de una vez en lo que les debería unir, que no es otra cosa que el bien general.

Vivir en el extenuantemente cansino “y tú más”, en el estado de corrupción, en la no separación de poderes, en la eterna división entre ciudadanos, en la confrontación, en el negarse rotundamente a cerrar heridas de anteriores épocas peores, en el nepotismo, en el amiguismo, en la mediocracia en vez de en la meritocracia, etc…, simplemente no lleva a nada bueno. Y como prueba más fehaciente de lo que digo, ahí tienen todas estas décadas tiradas a la basura directamente.

Cuando uno lee, y comprende lo que lee, que nada tiene que ver una cosa con la otra, que hace días que han llegado las “vacas flacas”, que todas las bolsas del mundo están más que infladas, que el gobierno alemán ha aprobado un presupuesto austero, recortan en todas las áreas salvo en defensa, lo cual no deja de ponerle a uno los pelos de punta porque conoce perfectamente lo que eso implica, que un ciudadano no puede salir tranquilo, tanto da que sea de día o de noche, porque le pueden hacer cualquier salvajada, que desde Bruselas se está exigiendo a España que retire todas las medidas aprobadas para mitigar la crisis energética y destine ese dinero a reducir déficit, que todos los Bancos Centrales sigan intentando frenar la inflación de manera errónea, es una inflación de oferta, subiendo los tipos de interés, y que el “coste será enorme” para los ciudadanos de a pie, es que la cosa pinta más que fea. Cuando por lo contrario, uno lee, y comprende lo que lee, que nada tiene que ver una cosa con la otra, la ingente cantidad de nombramientos que se han hecho en nuestro país desde las pasadas elecciones, como si Andorra fuese ajena a todo lo que está aconteciendo en el mundo, como si viviésemos en una “burbuja”, ignorando que toda “burbuja” un día u otro acaba por reventar, uno se pregunta en manos de quiénes estamos.

Cuando uno lee, y comprende lo que lee, que nada tiene que ver una cosa con la otra, que desde la Fiscalía, ésa misma Fiscalía que en un caso muy determinado se sigue emperrando en intentar encontrar lo que sea en donde no hay nada de nada, (aquí he de hacer un inciso para recordarles que la única sentencia condenatoria que ha habido hasta ahora en dicho caso se la llevó una buena persona que propuso sentarse a dialogar), haya dado carpetazo a todo lo ocurrido en la “Residencia El Cedre”, uno se pregunta en manos de quiénes estamos. ¿En tan poca consideración tienen a “tots els padrins” que nos dejaron en dicha residencia y a sus familias?

Cuando las personas perdemos la capacidad de dialogar, perdemos nuestra condición de “seres racionales”, que es lo que en teoría nos diferencia de los “seres irracionales”. ¿Quién es más eficiente, eficaz y útil para el bien general: aquellos que plantean sentarse a dialogar o aquellos que se cierran en banda negando cualquier diálogo, normalmente sin razón alguna? Quién es mejor jugador de ajedrez, ¿aquel que plantea tablas ante una situación en la que ninguno de los dos jugadores puede progresar, o el que se niega de manera obtusa a aceptarlas una y otra vez? ¿Desde cuándo la razón de la fuerza es más poderosa que la fuerza de la razón?

En la antesala de lo que luego fue II Guerra Mundial, Paul Ludwig Hans Anton von Beneckdorff und von Hinderburg, un hombre de 85 años, con la salud muy deteriorada, y bajo presión, accede a nombrar Canciller de Alemania a Adolf Hitler Pölzl el 30 de enero de 1933, después de formarse una coalición entre nazis y conservadores nacionalistas, Albert Einstein Koch, ya huido en 1932 de la Alemania Nazi, escribió un libro en 1934 titulado “Mi visión del mundo”. Un libro en el que hace una serie de reflexiones sobre física, la Teoría de la Relatividad, el Universo, etc…, pero también sobre humanidad.

Entre otras muchas reflexiones, se pueden leer lo siguiente: “Curiosa es nuestra situación de hijos de la Tierra. Estamos por una breve visita y no sabemos con qué fin, aunque a veces creemos presentirlo.

Ante la vida cotidiana no es necesario reflexionar demasiado: estamos para los demás. Ante todo para aquellos de cuya sonrisa y bienestar depende nuestra felicidad; pero también para tantos desconocidos a cuyo destino nos vincula una simpatía. Pienso mil veces al día que mi vida externa e interna se basa en el trabajo de otros hombres, vivos o muertos. Siento que debo esforzarme por dar en la misma medida en que he recibido y sigo recibiendo.

Me siento inclinado a la sobriedad, oprimido muchas veces por la impresión de necesitar del trabajo de los otros. Pues no me parece que las diferencias de clase puedan justificarse: en última instancia reposan en la fuerza. Y creo que una vida exterior modesta y sin pretensiones es buena para todos en cuerpo y alma. (…)

Hay una contradicción entre mi pasión por la justicia social, por la consecución de un compromiso social, y mi completa carencia de necesidad de compañía, de hombres o de comunidades humanas. Soy un auténtico solitario. Nunca pertenecí del todo al Estado, a la Patria, al círculo de amigos ni aún a la familia más cercana. Si siempre fui algo extraño a esos círculos es porque la necesidad de soledad ha ido creciendo con los años. (…)

El misterio es lo más hermoso que nos es dado sentir. Es la sensación fundamental, la cuna del arte y de la ciencia verdaderos. Quien no la conoce, quien no puede asombrarse ni maravillarse, está muerto. Sus ojos se han extinguido. Esta experiencia de lo misterioso -aunque mezclada de temor- ha generado también la religión. Pero la verdadera religiosidad es saber de esa Existencia impenetrable para nosotros, saber que hay manifestaciones de la Razón más profunda y de la Belleza más resplandeciente sólo asequibles en su forma más elemental para el intelecto. En ese sentido, y sólo en éste, pertenezco a los hombres profundamente religiosos. Un Dios que recompense y castigue a seres creados por él mismo que, en otras palabras, tenga una voluntad semejante a la nuestra, me resulta imposible de imaginar.

Tampoco quiero ni puedo pensar que el individuo sobreviva a su muerte corporal, que las almas débiles alimenten esos pensamientos por miedo, o por un ridículo egoísmo. A mí me basta con el misterio de la eternidad de la Vida, con el presentimiento y la conciencia de la construcción prodigiosa de lo existente, con la honesta aspiración de comprender hasta la mínima parte de razón que podamos discernir en la obra de la Naturaleza”.

Einstein, además de ser un enorme físico, fue a la vez un gran humanista, un gran defensor de los valores éticos, que son una de las bases del humanismo, pacifista activo, y un acérrimo opositor a todos los totalitarismos y a todas las dictaduras y, sobre todo, a la anarquía económica de la sociedad capitalista de su época, a la que culpaba de todos los males del mundo.

José Manuel López García, en su artículo sobre el “humanismo de Einstein”, lo explica de maravilla. En él se puede leer, y cito textualmente, lo siguiente: “Parece que el ideal humanitario de Europa está inevitablemente unido a la libre expresión y con el libre albedrío del individuo, con un esfuerzo por un pensamiento objetivo sin tener consideración de su utilidad y por el fomento de las diferencias en ideas y opiniones”. Frente a cualquier tipo de totalitarismo o autoritarismo Einstein insiste acertadamente en la libertad como valor esencial para mantener la dignidad y la buena vida. Frente a la fuerza del poder reafirma la energía de las argumentaciones y de los razonamientos que no deben ser silenciados o acallados. Las discrepancias deben ser aceptadas desde una actitud tolerante y racional. (…)

En relación con el sentido de la vida humana Einstein está convencido de que la lucha social y la cooperación junto con la actividad creativa del artista o del científico dan contenido y sentido a la existencia. Es, en realidad, un enfoque humanista en toda regla.

Pero, es consciente de que lo dominante en el mundo es el desenfreno y las más rudas pasiones, por desgracia. Algo que, a mi juicio, sigue sucediendo, de forma general, en el planeta. En sus elogios a madame Curie alaba su fuerza de carácter y la dedicación. Y llega a decir que si en los intelectuales de Europa perdurara una pequeña parte de esta fuerza se podría ser optimista de cara al futuro.

Las líneas centrales de su pensamiento son perfectamente desarrollables en este siglo XXI. De lo que se trata es de mantener las actitudes humanistas y solidarias y los principios éticos que hacen grandes a las personas. Los planteamientos de la Ilustración adaptados a la actualidad siguen plenamente vigentes. Es preciso atreverse a pensar por uno mismo con plena libertad y sin censuras de ningún tipo. El respeto a las leyes también es necesario para una convivencia social armoniosa y coherente. También una mejor organización estatal en todos los países para atender las necesidades de sus ciudadanos en tiempo y forma".

A su muerte, el 18 de abril de 1955 en Princeton, encontraron un borrador de un discurso que iba a pronunciar por el séptimo aniversario de la proclamación del estado de Israel, y que empezaba así: “Hoy les hablo no como ciudadano estadounidense, ni tampoco como judío, sino como ser humano”.

Hoy les escribo no como ciudadano del mundo, sino como ser humano. Un ser humano que deplora enormemente ver en qué han convertido el mundo. Un ser humano que es incapaz de abstraerse al enorme sufrimiento que están padeciendo tantos y tantos millones de personas. Un ser humano que no concibe el estruendoso silencio de la inmensa mayoría de la ciudadanía.

Un ser humano que intenta sobrellevar como puede el ocaso de todos aquellos valores que le fueron inculcados en su niñez, infancia y juventud. Un ser humano que no le entra en la cabeza que inocentes sean juzgados por culpables. Un ser humano que cada día entiende menos el mundo en el que vive. Un ser humano al que le gustaría que la fuerza de la razón se impusiese siempre a la razón de la fuerza. Un ser humano que desea que vuelva el sentido común. Un ser humano que propondría a todos esos que se han (mal) apropiado del poder, aquí, allá y acullá, y si probasen a sentarse a dialogar.

Intenten ser felices, mientras se lo permitan las autoridades incompetentes.