"Soy afortunada por estar viva" | Internacional | EL MUNDO

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\"Soy afortunada por estar viva\" | Internacional | EL MUNDO
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Tiene 19 años y se llama Rahama Haruna. Con el 2016 todavía en pañales, la imagen de esta joven que vive en un cubo de plástico verde viajó por la línea de la agencia Reuters hasta nuestra resaca de año nuevo y como ocurre con las imágenes que no necesitan explicación, se metió en nuestra retina sin el permiso de las cinco uves dobles que marca la ortodoxia del periodismo: no sabíamos quién, cómo, ni por qué. Pero ahí estaba esta joven de rostro dulce sin apenas cuerpo pidiendo limosna metida en una palangana.La instantánea cruel es de Sani Maikatanga, un fotógrafo 'freelance' de Kano, una ciudad antigua con más de tres millones de almas al norte de Nigeria."Me llamó Alhaji Ibrahim M. Jirgi, un hombre de negocios y antiguo corresponsal de la BBC para ver si podía cubrir la presentación del regalo de una silla de ruedas a la pobre chica porque quería dar a conocer al mundo su situación". El pobre Alhaji estaba un día de compras en el centro comercial Jiffatu y se dio de morros con un chaval que cargaba una jofaina sobre la cabeza, con el rostro de una hermosa joven dentro pidiendo limosna.

Con ese jaque mate en el estómago y decidido a hacer algo, le pidió al fotoperiodista que sacara unas imágenes. Sami las colgó en las redes sociales, esas plazas públicas virtuales que nos hemos inventado y que nos conducen hacia una humanidad desconocida, pero que desde luego si para algo sirven es para estas cosas. Enseguida llegaron comentarios y ofrecimientos de gente que quería ayudar. Así que este lunes prevén abrir una cuenta a nombre de Rahama "si dios quiere", asegura Sani. Y esperamos que quiera. Porque la religión - en cualquiera de sus manifestaciones - hay veces que ayuda y otras no tanto. Por ejemplo cuando le desayunaron a la pobre Rahama con que su enfermedad no tenía remedio porque había sufrido un ataque de espíritus. Fue cuando sus padres acudieron a la medicina tradicional y un brujo les dijo que no había nada que hacer. Y estas tierras dejadas de la mano del colonialismo y la piratería neoliberal, donde el islam se mezcla con las supersticiones, a ella le contaron que nació sana y que un buen día un ángel o un demonio se cruzó en su camino para no dejarla caminar jamás. Y con ese relato a cuestas Rahana tiró hacia delante. Vaya usted a saber si es verdad, pero la otra medicina, la nuestra, que en África se mantiene en pie a duras penas, tampoco tuvo respuestas. Su hermano de 14 años ha estado cargando la palangana verde sobre su cabeza para recorrer los 25 kilómetros que separan su hogar en Warawa y el centro de Kano donde su hermana pide limosna mientras los transeúntes apartan la mirada de esa escena desgarradora. "Los médicos nos dijeron que no era una cosa que la medicina pudiera curar", dice Fahad y ya está; tuvieron que resignarse a esta vida sin cuerpo. Rahana, con una vocecita débil como la llama de una candela sonríe de oreja a oreja a la cámara de Sani y explica que su vida no ha sido fácil, que no puede hacer mucho por su cuenta. Que creció hasta comprender que es diferente de otros y aceptó su situación de buena fe."He aprendido a crecer sin amigos en la vida. Mi familia son los únicos amigos que tengo. Me llevó mucho tiempo comprender que no todas las personas son iguales. No me importa. Me considero afortunada de estar viva". Porque un hermano mayor que pasó por lo mismo ya no lo puede contar.Y aquí es donde a uno se le atraganta esta historia en el pecho y empieza a pasar todo el presente por delante: las centros comerciales repletos de reyes magos al ritmo que marca la caja registradora, la sumas y restas de escaños en el Congreso, algún poderoso que no explica el origen de su fortuna y la interminable lista de trajeados que se lo llevaron crudo y ahora dicen que no saben quién puso los millones en su altillo. Aquí estamos nosotros con lo nuestro y ahí está ella con su poquito a poco. Afortunada de estar viva. Siguiendo como puede las prescripciones del islam con su frente cubierta por un pañuelo rojo que realza la vida de sus pupilas. Con su única mano moviendo un palito de madera como una batuta que dispara una melodía feroz a nuestra conciencia. Sonríe con lo poco bueno que le viene, porque ahora su cubito verde viaja sobre la silla de ruedas que le acaban de regalar. "Solo la visión de una adolescente metida en un recipiente de plástico debía ser suficiente para conmover a cualquier persona en su sano juicio", dice Alhaji Ibrahim. Ahí queda esa visión para ustedes. Para nosotros. Para nuestro sano juicio. Una cosa no podrán negarme: Rahama es guapísima.

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